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viernes, 19 de diciembre de 2008

En la vida y en camino. En las puertas del nuevo año


Para ir caminando en la vida, a veces, uno tiene que ausentarse a las mismas situaciones cotidianas, mirar a lo profundo, y buscar aquellas respuestas que no nos confiere el día a día.

Estoy seguro. Digo esto por que... bueno... estoy cerrando un año, que fue bastante especial, y que me trajo todo tipo de situaciones y emociones, gustos y disgustos, pero, por sobre todo, la ratificación de seguir creyendo en la vida, de seguir mirando al horizonte y no detenerme en esta larga y dura marcha, que en definitiva, llamo al vivir de acuerdo con los propios principios.

Inicié el año en las orillas del Guadalquivir, en la vieja Sevilla andaluza. Abstrayéndome de mi, de mi "mundo real", caminando por el Parque María Luísa, pude dar la bienvenida al 2008, con el presentimiento de que en definitiva no sería un año más. Recuerdo aún la tarde aquella de enero donde con la nostalgia por mi tierra y el asombro por el mundo del otro lado, apostaba conmigo mismo por que se vendrían vientos, ni nuevos, ni viejos, sino diferentes, para mi persona, para mi familia, para mi país, para el mundo. Les confieso, pensaba en plan integral.

De vuelta a Madrid, estudiando, viajando, caminando, conociendo sueños y realidades, compartiendo, fueron pasando los meses. A mediados de abril, declaré asueto a mi racionalidad para festejar sin parar la inédita caída del Partido Colorado en el Paraguay. Rodeado de mis compañeros de universidad en Madrid, que estaban por "el festejo por el festejo", yo contemplaba atónito cómo triunfaba en Paraguay la memoria sobre el olvido. Cómo dice Leon Gieco, la memoria salía "para herir/a aquellos que la aplastan/y no la dejan vivir". Vinos, cervezas, cubatas, todo era fiesta durante una semana, hasta que terminó el asueto y volví a analizar las cosas.

Llegó junio, y en el Aeropuerto de Barajas, despedía a la sabinesca Madrid, y lo confieso, con un poco de nostalgia, despedía a la nueva gente que conocí, y subía a un avión con destino a mi "mundo real". A medianoche de un 22 de junio, mi hija y mi compañera de vida, me esperaban con lágrimas en los ojos, en un abrazo que no terminó nunca. Fui testigo de una emoción común que es imposible olvidar, y cuando uno menos imagina, aflora, como quien dice. Era recomenzar el proyecto de vida que incorporó ausencias de cara a presentes y futuros mejores. Era, más que nada, sellar en un abrazo que es posible creer en hacer las cosas en común, a pesar de los pesares, y que muchas veces, al tiempo, solamente, hay que darle tiempo.

Y el capítulo que sigue fue ingresar al terreno real de aquella alegría no racional. Trabajar en pro del país que se piensa y se sueña. Me tocó estar cerca de muchas cosas, de mucha gente, en una institución donde hice muchos amigos. Los siguientes seis meses fueron la puesta en práctica de lo pensado, en el trabajo y en la lucha. Con el respaldo incolumne de quienes quiero, y con un pequeño gran detalle: con más vida en mi familia, en la espera dulce.

Ese fue el 2008, año atípico, año que se cierra, pero abre. Extenso pero intenso, y por sobre todo, con más esperanzas, emociones y alegrías acumuladas, en albores de un nuevo año que promete más cantidad y calidad de sonrisas para mi. Ahora, cerrando capítulos y abriendo otros, les confieso una vez más, que creo profundamente en la vida, y fundamentalmente, en quienes la hacemos, los seres humanos.